A los telepredicadores
"Con la misma medida que juzguéis, seréis juzgados".
Nuevos tiempos traen nuevas generaciones. Y parece que algunos han reconocido en lo anterior lo cierto; pero es que la verdad siempre ha estado ante ellos. En experiencias propias de valores ancestrales, humildes y sinceros, reconocen lo correcto.
Pero pienso si no juzgan y enfrentan un fantasma inexistente de prejuicios contra el que levantan un muro de palabras más bien hiladas. Para dar a conocer una experiencia basta con expresarla. Pero inventar o pretender conocer al otro, desde la distancia o el enfrentamiento... Aunque no creo que realmente sea enfrentamiento sino desenfoque.
Cuando juzgamos a otros, los desenfocamos. Los vemos más pequeños o más grandes. Borrosos. Deformes. Los principios que viven son hermosos. Su vida es hermosa y solo pueden compartirla mejor extendiendo la mano. Defendiendo el castillo. Pero no tiene sentido utilizar la lupa en una bacteria si no es para erradicarla y el cepo en un depredador sino para mantenerlo lejos de tu redil.
Deberían, creo, asumir el daño de la exposición de su perfecta elección, y pensar que su critica al que no es como ellos, cuando algunos no han tenido las mismas opciones, o sus elecciones libres les han llamado por otros caminos.
Veo bien que pontifiquen contra otros popes de opiniones contrarias y erradas, pero entonces deben reconocer que debate y juicio se convierte en un concilio de élites intelectuales ininteligible para el común de los mortales; si se asumen críticos de la vida ajena presumiendo de su perfección, les diría que no se diferencian de aquellos a los que critican ni de otros que no hemos alcanzado esa perfección.
Y dirán que me cure las heridas y me meta en mis asuntos, pero no sé puede pretender cambiar desde fuera algo tan retorcido como la ética o más bien la falta de ella a la que nos ha llevado la postmodernidad. Ellos deben, precisamente por el compromiso de su elección de vida, mantenerse al margen. Establecer sus bases en los limites del campo de batalla.
Porque cada uno debe saber cuál es su puesto en la buena batalla. Precisamente porque tienen por lo que luchar y defender, deben entender que combatir implica salir herido, mutilado o muerto. Y ellos, precisamente estamos ya en otra batalla.
Deberían construir desde la belleza y la rutina, la sinceridad y la creatividad. El resto es una batalla antigua ya perdida de la que solo se puede ya recoger heridos, cadaveres.
Cuando se pone uno en un trono de justicia poética se tiende a juzgar a quienes fueron ellos mismos en el pasado, con una mezcla entre alivio por su buena fortuna, y desprecio, porque por poco no llegaron. Y de ese modo, parece que desprecian y censuran a quienes no son como ellos. Proyectan, quizá en otros, los fantasmas de si mismos. "Yo era como tú pero tomé el buen camino". "Yo era como tú pero supe hacer una buena elección". Ven en otros con terror como serían ellos mismos sin ese momento de suerte, sin esa persona a su lado. Sin ese compromiso y buena experiencia.
Les digo, juzgar ciega la empatía. Y si no quieren o no pueden empatizar, tampoco importa. Creo que la mejor lucha, el mejor ejemplo debería ser el simple testimonio humilde y sincero más que la telepredica.
Así que, no puedo predicar con el ejemplo ni con mi vida, pero como decía el poeta, se burla del dolor aquel que nunca sufrió la herida.