Cuando el mundo se derrumba...

Han pasado casi dos semanas desde que el mundo se derrumbó al otro lado del mundo. Miré un mapamundi, y la falla que tembló es completamente paralela al litoral devastado. Seguramente hace miles de años esa falla dió origen a esas costas. Que extraño es, en la distancia observar los mapas, y no darnos cuenta que dentro de esas líneas de color verde o marrón habitamos.

A pesar de que estoy a miles de kilómetros, es inevitable pensar en la suerte de los supervivientes, en la desgracia de los desaparecidos. Alegría, por aquellos que ya están con sus seres queridos, pero pena infinita por las circunstancias, la impotencia, el no saber, el verlo tan distante y sin embargo, sentirlo tan cercano. Porque nadie que tenga sangre en las venas puede quedarse impasible.

Que no vuelva a suceder nada semejante, no con estas consecuencias.

Porque la vida tiene la extraña particularidad de extenderse y superarlo todo, pero deberiamos ser conscientes que a veces, el hombre, con el poder en sus manos, en vez de crear vida, crea desolación. Que puede que haya habido tantas victimas de esta desgracia inevitable como las hubo en Hiroshima, en Nagasaki.

Que todos sigamos adelante, pero sin olvidar, permaneciendo alerta y cooperando.

Aunque sea en la distancia, aunque sea con palabras de aliento.