El reino de MO

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"Yo soy la primera y la última, yo soy la amada y la odiada, yo soy la prostituta y la santa."

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jueves, agosto 05, 2004

La sirena de ébano

Dragon era el pirata más temido de aquellos mares. Quizá rondaban alrededor de él más historias y fantasías que lo que realmente él era, y quello llenaba de misterio la figura del corsario. Se decía que era pendenciero, valiente, orgulloso, mentiroso, noble, ruín, cruel.
Su barco, botín de una de sus primeras hazañas como pirata era el Sirocco, un barco de guerra español que Dragon y los suyos habían abordado, acuchillando a los que encontraron a su paso y arrojándo por la borda a los restantes.
Fue una verdadera masacre, y este hecho le dio a Dragon una fama de temible asesino.
Pero, por el contrario, su botín preferido, a parte de los barcos de comerciantes de diferentes países, eran los barcos de esclavos que viajaban de África a América.
Cada vez que tenía noticias de que uno de esos barcos cruzaba lo que él definía como "la red invisible", la zona marítima por la que el Sirocco solía navegar, ese barco podía darse por hundido y sus esclavos por liberados.
Así pues, la fama sanguinaria de Dragon se unía a mil leyendas como libertador de esclavos, que en ocasiones llegaban a formar parte de su tripulación.
En uno de aquellos abordajes conoció a Naa, una muchachita de apenas 15 años que encontró escondida en un rincón del sótano donde hacinaban como animales a los esclavos. Estaba entumecida y él tuvo que sacarla en brazos del oscuro sótano.
Una vez en el Sirocco, donde los liberados recibían algo de comida y agua, Dragon preguntó si alguien conocía a la muchacha, si alguno era familia de ella, pues sabía que los traficantes de esclavos, raptaban familias enteras de nativos que eran separados al venderlos.
Alguien le dijo su nombre, pero nadie la conocia de antes de la prisión en el barco. Le dijeron que era una muchacha silenciosa, pero que algunas noches se la oía cantar desde su rincón, y que con su canto hacía olvidar por un momento las penalidades que estaban sufriendo.
Ella cantaba en una lengua extraña melodías que evocaban verdes selvas llenas de vida, estériles praderas donde el león es el rey, rios que se deshacían en cascadas, montañas coronadas de un manto blanco y frío. Decían que tenía algo de hechicera, por eso la temían y la respetaban.
Dragon acogió a Naa y cuando llegaron a costa segura donde los esclavos eran liberados, sintió un gran dolor al separarse de ella, pero era inevitable; la vida de un corsario está llena de placer, pero también de dolor y soledad, y el amor por la mar y la libertad es mayor que el amor hacia cualquier mujer.
Y así, como tantas veces, el Sirocco abandonó la cálida acogida de la tierra por la inquietud de la mar.
Naa vio alejarse el barco en el límite del mar, allí donde se junta con el cielo. Su mirada se cruzó con la de Dragon en la distancia, y en aquel momento él sintió haberla dejado, no haberla llevado con él para poder protegerla siempre.
Y en ese instante, en ese breve instante, sin él saberlo, ella comenzó en cierto modo a acompañarle.
Pasaron muchos, muchos días.
Una clara noche, Dragon fue despertado por un dulce canto. Extrañado -pues no creía en leyendas, siendo él una leyenda viva- salió al exterior para escuchar con claridad.
Sólo una voz rompiendo el silencio. Todos dormían; la calma reinaba en el cielo y en la mar, sólo quebrada por esa voz. Él cerró los ojos, se dejó invadir por el dulce canto, hipnotizado, sin importarle de dónde venía, sin saber quién cantaba; la melodía le confortaba, le acompañaba, le arrullaba...
Y así sucedió muchas noches.
Cada vez que liberaba a un esclavo, oía ese canto. Cada vez que perdonaba la vida a un hombre, vencido por su fuerte brazo, oía ese canto. En medio de la tormenta que hacía zozobrar el barco, cuando perdía algún hombre en la perpetua lucha contra el mar y se sentía culpable, oía ese canto.

Pero la traición habita enmedio de todo y una traición se urdió en el Sirocco contra Dragon.
Unos espías, pagados por los comerciantes de esclavos, se infiltraron en el barco, formando parte de la tripulación, que comenzaron a poner en contra de su capitán, y no fue muy difícil, porque la ambición puede más que la fidelidad a un buen capitán.
"Nos pone en peligro a todos liberando esclavos", decían. "Se arriesga demasiado", "No reparte equitativamente los botines que obtenemos para él, y encima, tenemos que compartir nuestras provisiones con esos miserables esclavos, que no valen la vida de un pirata".
Estos, y otra ristra de grandes principios, firmaron la sentencia de muerte de Dragon.
Así que una noche, en que Dragon estaba borracho tras celebrar una de tantas hazañas, le ataron, le golpearon brutalmente y le arrojaron por la borda medio muerto, para que fuera pasto de los tiburones.
Pero la tripulación amotinada y algo borracha no se percató de algo que hacía tiempo les había atrapado: un canto terrible, rugiente hizo callar el jolgorio del barco.
El Sirocco se aproximaba a su fin; en su descuidado motín se habían dejado atrapar en un remolino, en un torbellino de agua que en pocos minutos engulló al Sirocco como si de un temible monstruo marino se tratara.
Dragon luchaba por su vida; había conseguido liberarse de las ataduras, pero estaba tan herido, que el agua salada le quemaba. Asistió horrorizado al terrible fin del Sirocco, del que creía, también sería su fin. Pero no fue así. Cuando el remolino se tragó al Sirocco, su furia se calmó, desapareció el feroz embudo, dejando salir a la superficie pequeños restos de las tablas del barco, demasiado pequeños permanecer abrazado a ellos a la deriva, y poder, aunque fuera remotamente, salvarse.
Sólo entonces Dragon se abandonó, dejó de nadar, agotado, entre las algas que el remolino había arrancado del fondo del mar, entre las tablas de su amado barco.
Cerró los ojos y se abandonó a un sueño en el que creyó oir el dulce canto que le había acompañado en los últimos tiempos...

El sol le despertó en una playa de oscuras arenas y guijarros. Se encontró abrazado a una sirena de ébano. Era es mascarón de proa del Sirocco, lo reconocía, pero no era el mismo. Había cambiado. Sirocco, nombre de viento, era representado como un hombre, pero aquella figura era de mujer, de una muchacha que conoció una vez, a la que había salvado de la muerte, en la oscuridad de una oscura bodega.
Era Naa.
Su dulce rostro sonreía. Ella quiso quedarse con él y por eso se convirtió en madera y le había acompañado en sus viajes, y era de ella la voz que cantaba para él en la noche.
Y de ese modo entendió que el amor de Naa le había salvado y que le acompañaría siempre...