El reino de MO

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"Yo soy la primera y la última, yo soy la amada y la odiada, yo soy la prostituta y la santa."

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martes, agosto 03, 2004

El hombre que todo lo que tocaba lo convertía en nada.

Aquella mañana se levantó tarde. De muy mal genio, porque él recordó que la noche anterior había puesto el despertador, pero aunque recordaba haberlo oído sonar, no lo encontró en la mesilla, donde solía estar.
Como era ya tarde no se puso a pensar en dónde estaría, le pareció absurdo. Se vistió rápidamente, quizá demasiado, porque uno de los botones de la camisa faltaba y no se dio cuenta hasta que llegó al metro. Allí se dio cuenta de que se había dejado el billete en casa y hubo de comprar otro.
Una vez en el metro, dejó que el traqueteo del tren se llevase sus pensamientos.
Anoche no se acostó muy tarde, así que esa tardanza suya de hoy no era habitual. "Quizá fue la cena, fue demasiado pesada", pensó.
Llegó hasta la oficina. Gracias al cielo su amigo Gil había fichado por él. Bueno, a fin de cuentas él había hecho lo mismo por él otras veces.
Saludó a los compañeros que encontró a su paso.
- ¿Qué te ha pasado?
- El despertador, que no me ha sonado.
- Bueno, no te preocupes, que para tu cumpleaños te regalaremos uno.
Él sonrió. La verdad es que no le vendría mal uno nuevo.
La mañana pasó como todos los días, con la rutina de siempre, aunque hoy se sentía más despistado que nunca, porque perdió su bolígrafo, su calculadora y su agenda. Y lo más extraño es que recordaba haber trabajado con ellas unos minutos antes.
A la hora del desayuno se quejó:
- No sé dónde tengo hoy la cabeza. No encuentro nada, parece que todo se me pierde.
- Quizá desaparezca entre tus manos - comentó una de las secretarias entre bromas.
- Eso debe ser.
Fue al aseo. Después de lavarse las manos, y al ir a coger una toallita para secárselas, ésta desapareció ante sus ojos. Se quedó extrañado, pensó que no la había arrancado bien y probó con otra. Ocurrió lo mismo. Arrancó unas cinco más: el mismo fenómeno. Las toallas de papel desaparecían en cuanto las tocaba. Algo dentro de él le decía que lo que veían sus ojos era imposible pero ¿qué estaba pasando?
Abrió la puerta para salir un tanto alterado. Se sentó ante su mesa y cogió un clip. Solo un segundo y se desvaneció como si nunca hubiera existido.
- Hay que avisar a mantenimiento - comentó alguien - porque han arrancado el pomo de la puerta del servicio.
Él se encogió sobre sus papeles, incapaz de tocar nada. Se estaba poniendo muy nervioso, porque no sabía que le estaba pasando. Se acercó a una de las secretarias.
- Mari, cuando veas a Gil, dile que me fiche la salida.
- ¿Pues dónde vas? Sólo te queda una hora y media para salir.
- Lo sé pero no me siento nada bien.
- No te preocupes, yo te ficharé.
- Gracias. Te debo una.
Recogió sus cosas. Se dio cuenta de que si las tocaba con rapidez no desaparecían; aún así no pudo ponerse la bufanda porque se volatilizó entre sus manos.
Salió a la calle. Respiró profundamente el aire cargado. Debía relajarse, aquello no era más que un extraño juego de la mente, estaba seguro.
Fue hacia el metro. Con rapidez consiguió que el billete no desapareciera.
Bajó al andén. El tren llegó abarrotado de gente. Él entró en el vagón como pudo, intentando no tocar nada. El tren se puso en marcha. Después de un par de paradas, en un túnel el tren dio una fuerte frenada. Su primer impulso fue agarrarse a la barra para no caer, con tan mala suerte que puso su mano sobre la de otra persona que estaba agarrada antes. "Perdone", susurró, pero cuando se quiso dar cuenta, la mano del otro pasajero había desaparecido. Él se asustó, pero intentó no perder la calma. La otra persona se aferró a la barra con la otra mano, no se había percatado de la pérdida. El tren llegó a la estación, se dejó llevar por la masa que le sacó del vagón, y mientras se alejaba por el andén hacia la salida, oyó gritos a sus espaldas. Aceleró el paso, con miedo, como si pudieran descubrir que había sido él.
Salió al exterior. Había bajado en una parada que no era la suya. Decidió ir andando a casa. Sentía el sudor caer por su frente, pero no se atrevía a limpiárselo.
No conocía bien el barrio donde estaba, sabía que estaba a unos tres cuartos de hora de su casa, pero después de lo sucedido, prefería caminar.
Entonces vio un anuncio desvaído en uno de los portales.
"Aldebaran. Vidente. Todo misterio, desvelado. Todo problema, resuelto. Bajo izq. De 9 a 5".
Entró en el portal y bajó un par de tramos de escaleras. Llamó al timbre una sola vez, porque a la segunda, el interruptor había desaparecido.
Una bella mujer vestida de zíngara y oliendo a incienso le abrió la puerta.
- Buenos días, vengo a pedir consulta. Le pagaré lo que sea si me ayuda en mi problema.
Ella, sorprendida le dejó pasar.
Entraron en una pequeña sala. Había un persistente olor a incienso.
La mujer le invitó a sentarse frente a ella, ante una mesa llena de velas, cartas y amuletos.
- ¿Que le sucede? - preguntó la mujer con acento argentino.
- Véalo usted misma...
Y extendiendo una mano hizo desaparecer una velita.
- ¿Qué es esto? ¿Un truco de magia?
- Si fuera un truco, podría controlarlo, pero no es así. Desde esta mañana todo lo que toco se convierte en nada, desaparece.
Comenzó a echarle las cartas, pero no encontró en ellas nada revelador.
- ¿Le había sucedido algo extraño antes?
- No, antes de hoy nunca me había pasado nada parecido.
Volvió a echar las cartas; pero tampoco leyó nada lógico.
- No puedo ayudarle - concluyó ella. - Sólo se me ocurre que vaya a ver a un amigo mío. Es parapsicólogo y seguro le dará una solución.
Le apuntó la dirección. En media hora llegó al lugar indicado.
Una secretaria le llevó a un despacho grande y oscuro. Un hombre de mediana edad se levantó para recibirle, estrechándole la mano, indicándole que se sentara.
Él le contó su problema, sin hacer grandes demostraciones. Le dijo que venía de parte de la vidente.
El psicólogo escuchó en silencio, mirándole fijamente a los ojos, asegurándose así de que no estaba borracho o drogado. Luego se levantó y comenzó a hojear un libro.
- Su caso es muy peculiar. Usted, el fenómeno que transmite no es más que el reflejo de su interior. El vacío interior se transmite al exterior. Usted... cómo podría decirlo... ¿Tiene gran tendencia a la depresión?
- Creo que como cualquier otra persona.
- Bueno, el caso es que usted está vacío, no me pregunte cómo, pero en su interior se ha hecho el vacío y por eso, en las manos, su energía interior se acumula, como en un agujero negro y absorbe todo lo que toca.
- ¿Cree usted que lo absorbo?
- O quizá inconscientemente lo envíe a otra dimensión. De todos modos, necesitaría tiempo para estudiar su caso.
Él pensó que le estaba tomando el pelo. ¿Cómo podía suceder eso? No era lógico ni físicamente demostrable.
Le dio su teléfono, con la esperanza de que el doctor encontrase algo relacionado con su caso.
Volvió a casa. No se atrevía a tocar nada, y hubo de pedirle al portero que le abriera la puerta. No pudo comer, porque no podía llevarse nada a la boca, a menos que lo hiciera directamente.
Ya era de noche cuando el teléfono sonó. Tuvo que descolgarlo con los dientes.
- Soy el doctor... - escuchó una voz metálica al otro lado. - He recabado información y he encontrado que hace décadas hubo un caso parecido al suyo. El fenómeno duró 24 horas, así que, posiblemente, a usted le pase lo mismo. Acuéstese y cuando se levante, seguramente todo habrá pasado. No deje de volver por aquí.
Colgó el auricular. Se acostó sobre la cama pero no pudo dormir. Pasaron las horas y el sueño finalmente le venció...
Se despertó a las 6 de la mañana, como si el despertador hubiera sonado.
Se dio cuenta de que estaba había dormido vestido, sobre la cama, pero no recordaba nada del día anterior, ni por qué estaba allí, ni quien era.
El vacío absoluto se lo estaba comiendo por dentro.
Se levantó y fue hacia el baño. Se miró en el espejo y no vio más que pedazos de él, como si le hubieran mordisqueado, borrado con una goma. El vacío no desaparecía, sino que avanzaba. Sin él saberlo, se dio cuenta.
Aquello no terminaría nunca...
Se llevó la mano al pecho, sobre su corazón.
Y éste desapareció.