El reino de MO

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"Yo soy la primera y la última, yo soy la amada y la odiada, yo soy la prostituta y la santa."

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miércoles, agosto 04, 2004

Medianoche

Medianoche. En el vapor del placer, el amo duerme. Su rostro es puro, claro, sereno, dulce, amado. Escribo apoyada sobre mi brazo, veo su pecho desnudo y cercano, subiendo y bajando, respirando suavemente. Quizá sueña. Y yo quisiera ser parte de ese sueño, entrar en él.
Hemos hecho el amor sin darnos cuenta, sin darle importancia, como siempre. Me ha hecho el amor. Se ha hecho el amor. No existe el amor.

Sé por qué ahora mi cama es la que le ha recibido, sé por qué mi cuerpo está ahora lleno de él, de la semilla que no germinará porque así ha de ser.

Soy su concubina, una más, la peor, la más despreciada. Hacía más lunas que estrellas que él no venía a mi. Pero hoy él ha venido. Y aunque sé por qué, y esa razón me acongoje no puedo estar triste.

Esta tarde, cuando llegó al palacio del harén, todas se acicalaron, todas se alborotaron en su juventud, en su belleza.

Yo ya no soy joven, nunca fui bella. Y sin embargo él ha venido a mi.

En cuanto él entró en el palacio todo fue un ir y venir de doncellas atendiendo a mis odiadas hermanas compañeras de espera. Sin embargo yo no llamé a la mía. No merece la pena, eso es lo que pensé. Muchas tardes en que supe de su llegada me acicalé, me perfumé, me adorné como ellas. Muchas tardes fui despreciada. Por eso ya no me importa.

Le veía pasar a través de mis celosías, le oía jadear en las habitaciones contiguas, y lo que antes me hacía sufrir ahora me basta. Otras noches le oía enfadarse y la esperanza de que viniera a mi cuarto renacía. Pero en vano. Otras noches le vi cansado, triste, incluso le oía llorar. Y odiaba a la que estuviera con él, pues no le sabía consolar. Otras noches le oía reir y envidiaba no ser yo la que estuviera con él.

Pero hace ya mucho tiempo que esas cosas no me afectan.Ya no esperaba. Cada noche, desde que dejó de verme, le he dejado hueco en mi cama. Y eso es todo.

Y ahora él ocupa ese hueco. La lluvia cae fuera y él duerme. El esposo es hermoso, fuerte, aguerrido. Nunca le había visto tan hermoso y quisiera llevarme su dulce rostro fijado en mi retina allí donde no hay imágenes para verle como ahora, siempre.

Sé porqué ha venido a mi. Él también lo sabe, finge que lo ha hecho de improviso, que yo era la elegida. Pero no ha sido así.

Cuando esta tarde no me vió con los otras, preguntó distraidamente por mi, y le dijeron que me estaba volviendo loca. Sabe que apenas como, que apenas duermo. Que ya no le espero. Y por eso, por auténtica lástima, ha venido hoy a mi.

Yo estaba escribiendo, copiando algún libro de los que ya he leido, algún verso para aprender y él entró en mi cuarto.

- Dicen que no quieres verme, que ya no me esperas, que estás enferma.
- Y es cierto - dije yo.
- Pues bien, hoy, esta noche quiero dormir contigo...

Sé que lloré porque mis lágrimas mancharon las hojas, pero mi corazón estallaba feliz en mi pecho. Quería arrodillarme a sus pies y besarlos, como hubiera hecho en otro tiempo. Tan sólo me levanté y cerré con llave la puerta, como él suele hacer, no es la dama quién lo hace. Le he desnudado, le he contemplado en esa desnudez. Apenas le recordaba después de tantas noches de desprecio. He besado su piel, la he recorrido palmo a palmo como por primera vez, como si hubiera estado cada noche con él. Le he besado con miedo, con pasión, con dolor.

Él entró en mi, me esperó, se derramó como si hubiera estado en mi cada noche. Como nunca, como siempre. Todo fue de una rutina inesperada - rutina para él, inesperada para mi -.

Ahora duerme.

Ya no le quiero esperar más, no quiero amarle más.

Le he amado tras las paredes, le he amado cuando estuvo herido y no podía venir a vernos, y no pude estar a la cabecera de su cama pues la esposa no lo permitió. Le he amado cuando no estaba, le he amado en la espera, le he amado en mi desprecio. Y ahora, hoy, esta noche sé que no puedo volver a esperarle más, a despreciarle más. Que no puedo amarle más. Que prefiero morir a seguir muerta, y que él venga de vez en cuando a visitarme, como quien lleva flores a las tumbas.

Ya no siento dolor porque no merece la pena sentirlo. Mañana, si mi agonía me lo permite, me encontrarán abrazada a él. Pensé matarle conmigo. Pero le amo demasiado. Le odio demasiado como para arrebatarle ese poder que tiene. Arrebatarle la vida. Su vida. Mi vida...

El veneno me ciega, apenas leo lo que escribo. Pero dejaré esta carta intacta.
Que al menos él sepa esto: que muero porque le amo y muero porque no le tuve más que un momento...